jueves, 15 de julio de 2010

Cap 13















Mientras dormía noté algo. Alguien me había besado en la frente, tenía unos labios cálidos y suaves. El beso fue tierno y rápido. Intenté despertarme pero no podía, era como si mis párpados estuviesen hechos de plomo, no conseguí levantarlos. Tal vez todo había sido fruto de mi imaginación. Tuve un sueño corto que no pude comprender. Me encontraba en una pradera oscura en la que no había nada excepto un árbol sin hojas a la derecha. El cielo tenía un color muy hermoso, no parecía que fuera de noche pues el azul del cielo era claro como si estuviese iluminado por el sol. La luna era enorme y muy blanca, y desprendía tanta luz que me cegaba. Estaba frente a la escena más maravillosa y bella que había presenciado en toda mi existencia. Notaba la brisa como si mi piel volviera a ser fina y cálida. Pero entonces apareció una chica que aparentaba tener mi edad. Su piel pálida resaltaba su bello y largo cabello negro. Tenía un rostro muy fino y de apariencia frágil que parecía el de una muñeca de porcelana. De repente algo llamó mi atención. Sus ojos... ¡Eran como los del lobo blanco! Eran inconfundibles, esos ojos verdes y grandes eran los del lobo. Esa chica tenía algo extraño, su aura era diferente a la de los demás, sentía la necesidad de estar a su lado y abrazarla. Me sonrió y se acercó a mí. Mientras se acercaba sentí otra vez esos labios posándose sobre mi frente y escuché una voz femenina que parecía provenir de un ángel. Solo habló una vez y dijo: "Te quiero".
Quise despertar para ver a la chica que me había hablado, pero al igual que antes, parecía que mis párpados pesaban toneladas. Me limité a relajarme y volver a dormir. Ya no volví a soñar, no volví a sentir esos labios suaves rozando mi frente y no volví a escuchar la voz tan hermosa que me decía "te quiero".
Desperté a las cinco de la madrugada y me di una ducha rápida. Cuando estaba aseándome observé que mi champú de chocolate ya no estaba. Salí un momento de la ducha y cogí uno de Adam con olor a menta. Seguro que no se molestaría porque usase su champú una sola vez. Me lavé el pelo y lo sequé. Pasé por pasillo envuelta en una toalla roja para dirigirme hacia mi habitación. Abrí el armario y olfateé un poco para encontrar mi pantalón pitillo negro. Estaba al fondo junto a mi blusa favorita, que era roja y con botones a presión. Para no complicarme mucho la vida (aunque mi vida ya era complicada de por sí) cogí es misma blusa y me la puse con el pantalón. Me coloqué unas manoletinas rojas y lista. Perfumé mi ropa con una colonia con olor a (seguro que ya sabes a que va a oler la colonia) rosas (es que soy predecible, ji ji). Salí al pasillo y algo me hizo retroceder dos pasos. El aire olía muy bien, ese olor procedía de la habitación de Adam. Intenté reconocer el aroma y cuando supe qué era abrí la puerta rápidamente. Olía a sangre... Adam estaba en su cama, con la cabeza fuera del colchón. Estaba sangrando por la nariz y vomitaba sangre.
Fui rápidamente hacia él, sin importarme que le extrañara mi velocidad. Acaricié su cabeza mientras seguía vomitando aquél líquido que tan bien olía.
-¿Qué te ha pasado? -pregunté asustada. Me era muy difícil estar tan cerca de él, o mejor dicho, de su sangre. Aguanté la respiración y él me miró. Sus ojos reflejaban pánico y también parecía que me pedía disculpas por algo que yo no entendía.
Paró de echar sangre por la boca pero aún salía una gran cantidad por la nariz. Me dolía verle así, apenas lo conocía pero él lo estaba pasando mal y yo tenía que ayudarle.
-Adam, ¿qué te ha ocurrido? -en lugar de responder, gimió y se llevó los brazos a la barriga, se estremeció en la cama y gritó. Al parecer tenía más heridas. Levanté su chaleco ensangrentado y me llevé mis manos a la boca para evitar gritar cuando vi su torso. Unas heridas largas y profundas recorrían su pecho de un lado a otro. En la barriga tenía otra herida más grave por la que salía una cantidad descomunal de sangre.
No podía seguir allí, en cualquier momento podía perder el control y... ¡No, no, no! grité en mi interior. Debía ayudarle de algún modo y ahora era cuando más necesitaba guardar la calma para reforzar mi autocontrol. Pero era casi imposible, su olor me hipnotizaba. Cogí aire y sin respirar con mis manos rompí su chaleco para atarlo alrededor de su vientre y así cortar la hemorragia. Cuando toqué cerca de la herida volví a tener esa sensación de calor, él estaba hirviendo y esta vez estaba segura de que no era fruto de mi imaginación. Ya no podría llegar al instituto, pero me daba igual, ahora era prioritario salvar a mi compañero

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