viernes, 23 de julio de 2010

Cap 16















Adam me dio unos pantalones negro que llegaban por arriba de la rodilla y una camiseta de tirantas roja. Pasé vergüenza cuando me pasó unos boxer suyos. Yo también cogí ropa interior para llevarme y para no cargar con tanta ropa, elegí un vestido corto y azul que solía utilizar cuando iba a la piscina o a la playa. Mientras caminábamos hacia la pradera, él llevaba su ropa y yo la mía. Estuvimos hablando durante todo el camino.
-¿De qué color es mi madre cuando se transforma en lobo? -me vendría bien saberlo para no dañarla en caso de que los otros lobos estuviesen allí con ganas de pelear.
-Negra, con los ojos verdes -dijo sin mirarme, su mirada estaba perdida en el final del camino.
Varios minutos de silencio (¡ni que se hubiera muerto alguien!).
-¿Por qué se fue Nico ayer? -saqué el tema porque tanto silencio me iba a volver histérica.
Mostró una sonrisa culpable y oí su risa nerviosa.
-Se podría decir que te quité un peso de encima. -Paró de reírse al ver mi cara de confusión, no tenía ni idea de qué estaba diciendo este chico- Le provoqué un leve dolor de cabeza.
-¡Cómo! -Grité- ¡Tu estás loco! ¿Por qué le hiciste eso? -tiré la bolsa donde llevaba mi ropa y me acerqué amenazante a Adam. Chocó contra un árbol, lo tenía acorralado.
-¡Me ponía histérico! -se excusó enfadado, le había molestado, pero a mi también me había jodido que le hiciera eso a uno de los pocos (tres) amigos que tenía.
-¡Y tú me pones histérica a mi! -estaba sobrepasando mis límites, no controlaba mi cuerpo y empecé a sentirme mal. Me dolía la cabeza y el pecho, entonces lo escuché. ¡Mi corazón había vuelto a latir después de ochenta años! Y me dolía mucho. Mi cuerpo cayó al suelo y comencé a retorcerme de dolor. Adam me miraba tranquilo, incluso parecía que estaba sonriendo. Este chico estaba mal, en lugar de ayudarme se quedó apoyado en el árbol contemplando como yo me estremecía en el suelo. Las combulsiones aumentaron notablemente y de repente todo cesó. Me puse en pie y miré mi cuerpo. Ahora estaba a cuatro patas, cubierta de pelos blancos y grises. ¡Era una loba! Una loba de dos metros de altura.

 Pero ya estaba los suficientemente distraida con el latido de mi corazón. Mi ritmo cardiaco era más lento que el de cualquier humano, pero eso no me molestaba, estaba muy feliz pues así me sentía más humana. La sangre que fluía por mi cuerpo era escasa. Adam me miraba atónito, con la boca entreabierta. Ya ni siquiera recordaba nuestra discusión.
-Ya es oficial que eres una licántropa, ¿contenta? -su voz sonaba molesta. Me había pasado con él. Cogió mi bolsa con la ropa y me la lanzó, yo la cogí con la boca, que ahora era enorme y tenía unos dientes tan grandes que daban miedo. Él comenzó a caminar otra vez sin dirigirme la palabra. No podía soportar que no me hablase, quería transformarme en humana y pedirle perdón, pero no sabía cómo transformarme. Pensé una y otra vez, y po fin  se me ocurrió una forma de volver a mi cuerpo. Si estresarme me hizo entrar en fase, puede que si me relajara, volviera a mi forma humana, o mejor dicho, a mi forma vampira. Me quedé quieta y Adam se giró y bufó.
-Ve a cambiarte, yo estaré en la pradera -me hablaba como si yo fuera una niña pequeña a la que se le ha olvidado ir al baño antes de salir. Odiaba que me hablaran así.
Me adentré en un campo de olivos y llegué hasta una zona donde había una cañaveral. Me adentré en él y aunque por fuera pareciera imposible entrar, por dentro era amplio y podías moverte tranquilamente. Era un buen escondite. Inspiré y expiré una y otra vez, hasta que estaba totalmente relajada y mi cuerpo volvió a ser el de siempre. Cogí mi ropa y me vestí, pero se me había olvidado meter unos zapatos, tendría que ir descalza. El vestido era muy corto y si hubiera sido humana, tendría las piernas llenas de heridas producidas por el roce con las cañas, por suerte mi piel era dura y resistente.
Salí del cañaveral y recorrí el campo de olivos hasta llegar al camino donde dejé a Adam. Tenía los pies muy sucios de andar sin zapatos por los campos. Corrí hasta la pradera y allí estaba él, sentado y muy quieto, casi parecía una estatua de un ángel. No se había dado cuenta de que yo ya había llegado, o tal vez no quería mirar a su espalda para verme. Caminé lentamente hacia él y en ningún momento se giró para mirarme, pero ya me había escuchado. Cuando estaba a pocos centímetros de su espalda, me arrodillé y pasé mis brazos por su cuello, abrazándolo. Su piel ya no me quemaba, ya que ahora mi cuerpo tenía una temperatura más elevada. Pegué mi cuerpo a su espalda y apoyé mi barbilla sobre su hombro, sintiendo el latido de su corazón y oyendo la sangre que fluía por su cuello.
-Lo siento, sé que Nico puede ser insoportable a veces -susurré con una voz que no reconocía y mi gélido aliento hizo que su pulso se acelerase. Ya casi no me afectaba su dulce olor. ¿Pero qué estaba haciendo? ¿Por qué me comportaba así? ¿Estaba intentando seducirle? Yo no era así, este no era mi comportamiento habitual. La escena que estaba viviendo me recuerda a la típica putilla de instituto intentando ligarse al guapo jugador de fútbol. Separé mis brazos y mi cuerpo de su espalda y me alejé bruscamente. Me senté alejada medio metro de él.
-No importa, no debí utilizar mi poder para dañarlo -se me quedó mirando aterrorizado. ¿Por qué me miraba así? Oí un ruido detrás de mí, a unos treinta metros de distancia. Un gruñido amenazante acabó con el silencio que se había formado en la pradera. Adam me miraba con miedo, yo no sabía que hacer, y el animal, si se le puede llamar así, se iba acercando cada vez más.
-¡Transfórmate! -me ordenó Adam gritando con una voz que daba miedo. Me concentré y conseguí entrar en fase. Oía como mi vestido se iba rajando y quedaba hecho añicos en el suelo. Mi cuerpo crecía y el pelo gris cubrió cada milímetro de mi piel. Me giré para plantarle cara al licántropo que había a mi espalda. Era el lobo gris, y a medida que se iba acercando, podía ver sus ojos como topacios, tal y como yo había soñado.
-Ella es de los nuestros -dijo Adam, que se había tranquilizado y su tono de voz volvía a ser como el de un ángel.

-¿Cómo te llamas? -oí una voz en mi cabeza. ¿Me estaba volviendo más loca de lo que ya estaba?
Miré a mi amigo, confusa, mas bien atónita, ¿qué acababa de oír?.
-Si oyes una voz en tu cabeza no te asustes, es él quién te está hablando, es la forma de comunicarnos -este chico era adivino. Era un gran alivio saber que no eran alucinaciones mías.

-Michelle -pensé, y el lobo pareció oírme.
-Yo me llamo Pablo. Siento mucho lo sucedido el otro día, pensábamos que eras una vampira -sonaba sincero, así que decidí perdonarle por intentar matarme.
-No importa, y en cierto modo lo soy. Me han dicho que a los que son como yo, se nos llama "mestizos".
-No corres peligro, nosotros solo matamos vampiros -usó un tono de voz típico de los malos de las películas, pero al igual que la de Adam, parecía provenir de un ángel. Me miraba con esos ojos penetrantes que parecían estar ardiendo.
-Me gustaría presentarme como humano, voy a vestirme -desapareció entre lo eucaliptos y Adam y yo volvimos a quedarnos solos  en la pradera.
-Si quieres te dejo mi ropa -dijo él ofreciéndome la bolsa donde estaba la ropa. Sonreí, era mi única manera de poder darle las gracias mientras era una loba. Cogí la bolsa y me fui corriendo en la dirección contraria a la que se había ido Pablo.
Volví a adentrarme en el cañaveral y me relajé hasta que adopté mi forma "humana". A mi amigo también se le había olvidado meter un par de zapatos. Me puse los pantalones, que por suerte eran elásticos y no se me caían aunque me quedaban un poco anchos. La camiseta de tirantas también me quedaba ancha, lo cual me vino muy bien porque el sujetador se había hecho añicos en mi primera transformación. Fui corriendo hacia la pradera y cuando llegué, un chico estaba hablando amigablemente con Adam. Era también muy hermoso, con el pelo corto y dorado que brillaba bajo los rayos del sol. (Otro ángel ha caído del cielo) pensé. Me fui acercando tranquila, sin prisas. Los dos ángeles se me quedaron mirando de arriba a abajo. Mi aspecto debía ser ridículo. El rostro del chico era como el de un niño, y tenía una sonrisa preciosa. Sus ojos eran azules, casi grises. Avanzó un paso y me estrechó la mano, que obviamente, era cálida.
-Hola, soy Pablo -¡Oh Dios mío! Su voz también era como la de un ángel, como la de un Dios.

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