sábado, 12 de junio de 2010

Cap 3


Me oculté durante cuarenta años, mis padres ya habían muerto. A pesar de que yo tenía ya cuarenta años, parecía que mi edad era la de una niña de doce años. Al menos, ser vampira tenía esa ventaja, el tiempo no me afectaba igual que a los humanos. Pero claro, también era un inconveniente, ya que era muy extraño para la gente que yo nunca evejecíera.
Como mi apariencia no me dejaba independizarme, vivía con familias adoptivas. Decidí que lo mejor era no encariñarme con los mortales, pues acabarían muriendo y eso me afectaría si les cogía cariño. Cada vez que pasaban dos o tres años, cambiaba de familia, pues se empeñaban en llevarme al médico por mi problema de crecimiento. Cada vez que abandonaba una familia, debía esconderme un tiempo, y después volvía a empezar de nuevo. Mi relación con todos los humanos que me acogían era fría y distante, para que después, no nos resultase tan dura nuestra separación.
Un problema de mi lento crecimiento, era que debía pasar por el mismo curso escolar varias veces. Me fui acostumbrando, y gracias a esto, adquirí grandes conocimientos y me interesé por mis estudios. En el futuro, yo quería ser bióloga, aunque de pequeña mi sueño era ser cantante. En mi tiempo libre, estudiaba ciencias naturales de un nivel mayor al que yo daba en el colegio.
Mi vocabulario sorprendía a muchos, porque yo no hablaba como una niña de doce años, sino como lo que era, una mujer culta de cuarenta años.
Cuando cumplí los noventa años, ya aparentaba tener dieciocho y por fin pude independizarme. Durante toda mi vida había ahorrado un poco de dinero, y gracias a eso, pude sacarme el carné de conducir y comprarme un coche, que por cierto era una pasada, o al menos, a mi me encantaba, era un BMW M6. Pero claro, me gasté casi todo el dinero en el coche.
Como ya estaba arta de la ciudad, me mudé a un pequeño pueblo llamado Chucena, de la provincia de Huelva. Era un pueblo de unos tres mil habitantes, y había mucha naturaleza en él.
Como me gasté mucho dinero en el coche, no tuve más remedio que vivir en una casa alquilada, y tendría que encontrar alguna compañera o compañero para que me ayudara con el alquiler.
Cuando entré en mi nueva casa, me sorprendió lo mucho que me gustó. En la entrada había una mesa de madera y junto a ella, un enorme espejo. Durante unos segundos me observé en el cristal. Mi cabello dorado era ahora largo, me llegaba por la mitad de la espalda, de mi rostro podía destacar su palidez y los ojos de color azul eléctrico, que cada vez me gustaban más a pesar de su artificialidad. Adoraba el conjunto que llevaba, compuesto por una camisa de mangas cortas, con cuadros blancos y rojos, y un pantalón corto negro. Llevaba unas sandalias blancas.

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