domingo, 13 de junio de 2010

Cap 4


A medida que transcurrían lo minutos, mi nuevo hogar me iba gustando más y más. Habían grandes ventanas repartidas por toda la casa, lo cual le daba una gran iluminación a las habitaciones. La paredes del salón eran blancas, al igual que la fachada. En él había un gran televisor, un sofá de color crema y una mesita que me llegaba a la altura de mi cintura. Todo estaba adornado con cuadros de paisajes naturales, como ríos, praderas, e incluso había uno de una playa al atardecer, iluminada por lo rayos anaranjados del sol. Frente al salón se encontraba la cocina, repleta de estanterías donde se encontraban los alimentos, un frigorífico, a la derecha estaba el horno y sobre él se encontraba el microondas. Salí de la cocina y subí las escaleras para ver el resto de mi nueva estancia temporal. A la izquierda del pasillo estaba situado el baño, a la derecha se encontraban dos habitaciones. Entré en una habitación, y me encantó. Las paredes eran celestes, como el cielo, la cama era de matrimonio, pero no me importaba dormir en una cama tan grande, junto a ésta última, se disponía la mesita de noche, sobre la que había una lámparita. Frente a la cama, estaba el armario, que era de tamaño mediano.
La otra habitación tendría que ser fantástica para que me gustase más que la otra.
Las paredes de la segunda habitación eran blancas, al igual que el resto de la casa, en ella solo había una cama individual y un armario no muy grande. Sin duda, prefería el otro dormitorio.
Ahora, lo que tenía que hacer era buscar a un/a compañero/a para compartir el alquiler de la casa. Preparé la mochila con los libros que me harían falta para el día siguiente, pues aún debía seguir estudiando. Iba a ser mi primer día en ese instituto, y la verdad es que no me asustaba, ya que apenas me relacionaba con humanos.
Durante el resto de la tarde, me dediqué a elaborar un sencillo anuncio:
Busco compañer@ para compartir el alquiler de una casa.
Requisitos:
-Ser ordenad@.
-Cumplir con las tareas domésticas.
-Ser responsable.
Interesados, preguntad en la clase de 2º de Bachillerato por Michelle Romero Anderson.
Al fin se hizo de noche y todo quedó envuelto en la oscuridad. Subí a mi cuarto y coloqué la ropa en el armario. No tardé mucho, e inmediatamente me fui al baño. Una ducha me ayudaría a relajarme. Llené la bañera hasta que el agua casi rebosaba. Me metí en la cálida agua, que olía a pétalos de rosa porqué vertí sobre ella unas sales aromáticas. Esa fragancia me relajaba, pues la rosa roja, había sido desde siempre mi flor preferida.
Tras bañarme, me sequé el pelo, lo cepillé y me puse el pijama. Me tumbé en la cama y cerré los ojos. Aún podía percibir la fragancia a rosas en mi cabello, lo cual me relajó hasta que me hizo sumergirme en un profundo y dulce sueño.
Me desperté llena de energía, abrí el armario, que ahora me parecía más grande que el día anterior. Busqué algo que ponerme. Me decidí por una camiseta azul eléctrico sin mangas y unos shorts vaqueros. Me puse zapatos rojos de esparto, que por cierto, me encantaban.
Bajé las escaleras rápidamente, no tardé ni medio segundo en estár en la cocina. Me zampé una tostada con mantequilla, acompañada de un buen cola-cao, ya que no me gustaba el café.
Ya era hora de ir a la parada de autobuses para llegar a mi nuevo instituto, que estaba en un pueblo muy cercano llamado Paterna del Campo. Cogí la mochila y la colgué sobre mi hombro.
No podía correr por la calle, ya que corría el riesgo de que algún humano me pillara sobrepasando el límite de velocidad humano, jajaja. Me gustaban muchos las calles de este pueblecito, pues no había ni una casa igual, todas eran completamente distintas, a pesar de que eran de la misma calle.
Llegué a la parada de autobuses, y allí se encontraban unos veinte chicos. Todos y todas se quedaron mirándome, como si yo fuese un bicho raro, que por cierto, lo era. Entre todos ellos destacaba una chica muy extraña, iba totalmente vestida de negro, su cara estaba llena de peircings y tenía el tatuaje de una serpiente en el brazo. Sin duda, era gótica, pero yo pensaba que solo se veían chicas y chicos así en las ciudades.
Llegó el autobús, y un chico se me acercó.
-Hola, tu eres la nueva ¿verdad? -me preguntó con una sonrisa encantadora. Sin duda alguna, era el chico más guapo que había visto en mi vida, exceptuando a los vampiros que me transformaron. Su pelo era castaño claro, casi rubio, lo tenía algo despeinado y eso le daba un toque muy casual. Tenía cara de niño, aunque la musculatura de su cuerpo era la de un chico de más de veinte años. Sus ojos eran como la miel, y estaban rodeados de unas pestañas enormes y rizadas.
-Sí, lo soy -respondí lo más amigablemente que pude.
-Como supongo que aún no has hecho amigos, ¿querrías sentarte conmigo? -sus ojos resplandecieron como los de un cachorrito. Me lo pensé durante unos segundos. La verdad es que no me apetecía sentarme sola, así que asentí y los dos subimos juntos al autobús.




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