jueves, 10 de junio de 2010

Cap 2


Cuando me desperté, me encontraba tumbada sobre el banco de un parque. Me sentía extraña.
Comenzó a llover, pero no sentía en mi piel las frías gotas de agua, y tampoco el frío viento típico de esa zona. Me decidí a abrir los ojos, pero lo hice lentamente pues la apagada luz del sol traspasaba mis párpados. Ahora lo veía todo con mayor claridad, observaba con curiosidad las motitas de polvo que giraban en torno a mi cabeza, podía distinguir cada grano de arena. Esta sensación era muy rara, no estaba acostumbrada a verlo todo con tanta nitidez.
Me puse de pie y entonces me estremecí de dolor. Mi corazón se detuvo y la sangre dejó de fluir por mis venas. Sentí un gran malestar y gemí. Comencé a jadear y me tuve que volver a sentar en el banco, respiré profundamente y expulsé todo el aire de mis pulmones. El dolor cesó a los pocos minutos y me volví a levantar.
Me miré en el espejo del escaparate de una tienda de ropa. Las marcas de las mordeduras habían desaparecido, pero mi vestido era la prueba evidente de que todo había sucedido. Estaba sucio y lleno de manchas de sangre. Mi cuerpo pesaba muchísimo menos, o al menos esa era lo que yo sentía, porque ahora podía moverme con mayor agilidad y elegancia.
Mi piel era excesivamente pálida, y las ojeras de color malva se habían acentuado. Tenía un aspecto diferente, era más hermosa que antes, pues la piel tan blanca y mi cabello dorado hacían una buenísima combinación. Mis ojos celestes eran ahora de un color azul eléctrico, era un color muy artificial pero bonito. Dispuesta a encontrar el bar donde aquella noche entraron mis padres, me dispuse a caminar. Lo encontré fácilmente, ya que sin saber cómo, recordaba perfectamente el camino.
Pegué varias veces a la puerta, pero estaba cerrada. Miré hacia el lugar donde habían estado los vampiros, pero la farola ya estaba apagada, y ellos habían desaparecido. Desesperada, comencé a llorar, y para mi sorpresa, mis lágrimas quemaron mis mejillas a medida que iban descenciendo por éstas. Me las limpié con la mano y observé mis dedos, llenos de sangre-¡Genial!- grité de forma irónica, ahora también debía evitar llorar, pues mis lágrimas eran de sangre.
Lo que necesitaba en ese instante era escuchar la cálida y dulce voz de mi madre tranquilizándome, pero no fue así. Comprendí que todo había cambiado para mí, debía huir de aquél lugar y buscar un lugar donde esconderme, pues volver con mis padres sería un peligro para ellos. Estaba segurísima de que ellos llamarían a la policía para que me buscaran, y yo tenía que ocultarme de la mejor forma que pudiera.
Cada mituno que pasaba, me sentía más fuerte y llena de energía. Caminé por las solitarias calles de Inglaterra, ya que aún eran las seis de la mañana. Sólo pude ver a diez hombres, que estaban construyendo un edificio, que aparentaba ser una gran casa. Cuando pasé junto a la obra, cayó desde lo alto un martillo. Todo ocurrió rápidamente. El hombre gritó:
-¡Cuidado! -con un tono de desesperación en la voz.
Yo alcé la mano, y pude ver cómo la herramienta caía lentamente hacia mi cabeza. Cuando estuvo a unos cuarenta centímetros, la sujeté con mi mano y evité que me golpeara. Ningún humano podría haber hecho eso.
-¿Cómo has hecho eso? -gritó el hombre desde la altura, pero entonces yo me dispuse a huir para no tener que dar explicaciones.
Por lo visto, también había cambiado mi fuerza y mi velocidad, pues ahora corría a más de setenta kilómetros por hora.
Me paré en la carretera y por desgracia un coche estaba demasiado cerca de mí, su motor rugía como un león que va a cazar a su presa, y yo, sin duda, era su presa.
El conductor del vehículo se quedó atónito, supuse que por la sorpresa no podía moverse. El coche seguía avanzando hasta llegar a pocos centímetros de mi cuerpo. Cerré los ojos con fuerza. Mi hora ya había llegado, lo cual era un alivio para la humanidad. Todos los momentos más hermosos de mi vida pasaron por mi mente a una velocidad increíble, la pimera vez que monté en bicicleta, mi primera mascota, mi fiesta de cumpleaños...
El vehículo estaba a sólo un centímetro de mí, y entonces susurré sin pensarlo: Gracias...
Oí un gran estruendo, pero no noté nada, tan solo algo que chocaba contra mi cuerpo. Abrí los ojos y para mi sorpresa, seguía viva. El coche estaba a varios centímetros alejado de mí, pero ahora tenía una enorme bolladura en la parte delantera... ¿lo había hecho yo? El grito de las personas que habían en la calle lo confirmaron:
-¡Es un demonio! ¡Esa niña es un demonio! -gritaba una mujer histérica mientras corría de un lado a otro.
-¡El coche a chocado contra ella y no le ha pasado nada! -volvió a chillar esa estúpida mujer.
Todos los de la calle me miraban atónitos, asustados, sorprendidos...
Lo mejor era irme, y entonces me puse a correr a una velocidad sobrenatural y desaparecí entre la multitud que gritaba escandalizada.
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